Agarrarnos a la nostalgia y sus recuerdos, pasearnos con la indiferencia y fingir ser conformistas. Somos expertos en aparentar; no para el resto del mundo, sino para nosotros mismos, una felicidad a la cual no nos ha sido difícil llegar.
Podríamos preguntarnos en silencio y hacia dentro si somos auténticamente felices y estoy segura de que de doscientas veinticuatro veces que nos lo cuestionáramos, doscientas veinticinco contestaríamos tércamente SÍ. Tratamos de buscar ese ansiado sentimiento en idas y venidas, pero distracción no es sinónimo de felicidad por mucho que queramos igualarlo.
Creemos que nos encontraremos cuando logremos el equilibrio, nos empecinamos en esa idea falsa que se coló en nuestra forma de pensar sin que nos diéramos casi cuenta. Desequilibrio. Diría que la felicidad es desequilibrio,  un desequilibrio en el cual eres capaz de deslizarte disfrutando del riesgo que supone estar rodeada de un vacío a los pies del cual nadie tiene la obligación de esperar para cogerte. Un desequilibrio en el que, a pesar de todo, confías.



No hay comentarios:

Publicar un comentario