Quieta. Tú y cuatro paredes. Ni sobre qué, ni sobre quién, ni siquiera si escribir o no, porque tienes guardadas dentro demasiadas cosas como para ser capaz de ordenarlas y animarlas a salir. Da miedo pensar en ellas, asusta querer tratar de darles sentido, incluso aclararlas. Y como todo, es más fácil dejarlas dormir, aunque no tengan los ojos cerrados. Es una permanente contradicción, contigo, con ellas, y con las cuatro paredes que te acompañan y te encierran, pero sin prohibirte la salida voluntariamente. Son como los enfados camuflados de una madre, "Haz lo que quieras, pero ya sabes lo que pienso". No hay nada peor que una libertad condicionada sutilmente. Nada censura más, nada consume más tus ganas, aun sabiendo que nadie te cortaría.



No hay comentarios:

Publicar un comentario